Por Michael Kelley
Cada vez más, descubro que la crianza de los hijos se trata menos de momentos individuales significativos y cada vez más de la acumulación de una multitud de momentos más pequeños. Para usar una ilustración, impactar y formar a nuestros hijos se trata menos de una inundación y más de una gota de agua aplicada al mismo lugar una y otra vez. Así es como se le da forma a las rocas; y así mismo es como se moldean los niños. Consistencia. Fidelidad. Una y otra vez.
Claro, es genial darles a nuestros hijos oportunidades para tener momentos espirituales significativos, pero nada puede reemplazar el poder del tiempo y el evangelio hablado, aplicado y demostrado constantemente en nuestros hogares. No es tan emocionante, pero es mucho más eficaz y sustentable. Si eso es cierto, entonces, como padres, debemos considerar las formas cotidianas en las que podemos demostrar constantemente la realidad del evangelio a nuestros hijos. Aquí hay cuatro de ellas:
1. No minimice sus luchas.
Nosotros hemos vivido más tiempo que nuestros niños, y por lo mismo, conocemos un par de cosas. Sabemos que un ponche en un partido de béisbol no es el fin del mundo; sabemos que siempre hay otro examen para el cual estudiar; sabemos que las niñas de la escuela secundaria seguirán siendo malas. Es bueno que sepamos estas cosas porque ese conocimiento puede ayudar a traer algo de perspectiva a nuestros hijos y, por la gracia de Dios, ayudarlos a comprender que estas cosas que son dolorosas en el momento no son el fin del mundo.
Pero debemos tener cuidado de no minimizar sus luchas y simplemente descartarlas como si no importaran. A ellos les importan, por lo que deberían importarnos a nosotros también. El evangelio nos ayuda aquí, pero hemos sido traídos a una relación con un Padre que ciertamente tiene una perspectiva más grande que la nuestra, y sin embargo, nos ordena que echemos todas nuestras preocupaciones sobre Él. El mandato no se trata solo de preocupaciones «dignas» o preocupaciones «duraderas», sino de todas ellas, incluso aquellas que el tiempo revelará como pequeñas e insignificantes. Una forma en la que modelamos esta realidad para nuestros hijos es invitando a las mismas y no minimizando las luchas reales que están experimentando en un momento dado.
2. Mantenga sus promesas.
Puede que no haya un entorno en el que nuestra palabra importe más que en nuestro propio hogar. Nuestras familias deben ser el tipo de lugares en los que podamos contar unos con otros para hacer lo que decimos que vamos a hacer. Los padres deben cumplir sus promesas, y su deseo debe ser guiar a sus hijos a amar a un Dios que cumple las promesas.
Por supuesto, esto significa que los padres deben ser lentos al hacer promesas, porque hay todo tipo de razones por las que podríamos tener que retroceder en algo que les hemos dicho a nuestros hijos. Surgen conflictos; los horarios se confunden; las obligaciones salen a la superficie. Por tanto, como padres, debemos ser lentos para hablar al respecto. Y cuando nos comprometemos con nuestros hijos, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para mantener ese compromiso, de modo que puedan vislumbrar a un Dios en quien se puede contar. Siempre.
3. Administre una disciplina constante.
La verdad es que no nos gusta disciplinar a nuestros hijos. Casi todos los padres lo saben. Pero la mayoría de los padres saben que es necesario. De hecho, disciplinar a nuestros hijos de manera constante es una de las demostraciones más poderosas del evangelio que podemos darles. Aunque pueda parecer contradictorio para nuestros hijos, cuando los disciplinamos, estamos demostrando que los amamos. Les estamos mostrando que nos preocupamos por su futuro y su carácter, tal como Dios lo hace con nosotros.
Dios nos ama demasiado como para permitirnos seguir nuestro propio camino. Es un padre involucrado, uno que no solo conoce, sino que participa activamente en los detalles de nuestras vidas. Como padres, deberíamos ser iguales. Cuando nuestros hijos se acercan a su verdadero Padre, no deberían sorprenderse de experimentar una disciplina amorosa y formativa en esa relación, porque eso es lo que su experiencia ha sido consistentemente en sus hogares terrenales.
4. No tenga miedo de disculparse.
Lamentablemente, nosotros, como padres, siempre nos quedaremos cortos en la forma en que demostramos el evangelio. Inevitablemente, trivializaremos las luchas de nuestros hijos, romperemos nuestra palabra y no administraremos una disciplina consistente. Nos equivocaremos. Y en ese momento, necesitaremos el evangelio, al igual que nuestros hijos. Así que otra forma en la que demostramos el evangelio es al reconocer nuestros fracasos con ellos y al pedirles perdón sin tratar de justificar el por qué nos quedamos cortos. Al final, nos equivocamos, y la obra del evangelio en nuestras vidas nos permite reconocer plenamente el hecho de que lo hicimos.
Nuestra disposición a disculparnos y reconocer nuestras fallas como padres es quizás la mejor manera en la que demostramos el evangelio. Cuando nos apresuramos a disculparnos en nuestra familia y, posteriormente, nos perdonamos unos a otros, nuestros hijos llegan a tener una idea de cómo puede ser su relación con Dios.
Poco a poco. Gota a gota. Así es como el Espíritu Santo tiende a hacer Su obra a través de nosotros como padres que buscamos criar a nuestros hijos en la fe. Entreguémonos a esta obra, confiando en que con el tiempo Dios hará lo que solo Él puede hacer y moldeará el corazón de estos niños.
Esta publicación apareció originalmente en michaelkelley.co .