Por Rhonda
Mientras nuestro equipo reflexionaba y oraba sobre las cosas que escuchamos, comenzamos a compartir nuestros propios viajes espirituales y experiencias de vida. Eso había sido parte de los últimos meses. Hablamos de cómo, incluso en todos los giros inesperados que habíamos experimentado en nuestras vidas, Jesús fue la fuente constante e invariable de consuelo, orientación y fortaleza.
También hablamos sobre cómo la vida había sido diferente en los últimos meses. Muchas familias redescubrieron la alegría de los rompecabezas y de jugar juntos y cómo las relaciones crecieron y se fortalecieron en esos tiempos. Empezamos a ver cómo la vida es como un juego con giros y vueltas inesperados.
Puede tener un emocionante «avanzar» o el temido «regreso» para comenzar. Pero independientemente de las temporadas inesperadas de la vida, una relación con Jesús lo cambia todo.
La definición de «cambio de juego» es «un factor recién introducido que cambia una situación existente de manera significativa». Cuando cada uno de nosotros se encontró con Jesús por primera vez y confió en Él como su Salvador y Señor, experimentó a Alguien que cambió su «situación existente de una manera significativa (y eterna)». Jesús fue y continúa siendo nuestro verdadero cambio de juego. Y, seamos honestos, confiar en Jesús es solo el comienzo. Como cristianos en crecimiento, todavía enfrentamos desafíos. Algunos los manejamos bien, algunos luchamos y otros fallamos miserablemente. Cuán reconfortante fue para mí estudiar la vida de Pedro y darme cuenta de que él también tropezó y estaba lejos de ser perfecto. Pero para Pedro, y para nosotros, nunca se acaba el juego. Dios usó todo de Pedro, sus debilidades y sus fortalezas, para ayudar a otros a aprender acerca de Jesús y descubrir la providencia y el poder de Dios.
Conocer a Jesús y seguirlo lo cambia todo. Él cambia nuestro miedo en paz, nuestra soledad en pertenencia, y nuestro aislamiento en la comprensión de que Su amor es para todos.
No estamos solos en el juego de la vida. Con cada giro y vuelta podemos confiar en Dios, tal como lo hizo el salmista: «Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas» (Sal. 25:4).