Por Bill Delvaux.
Debería haber estado encantada. Mi hija de 16 años le estaba yendo bien en la escuela, estaba tomando buenas decisiones y rodeándose de buenos amigos. Pero en vez de sentirme orgulloso, me encontré sintiendo culpa y presión: culpa, porque yo pensaba que no había hecho lo suficiente para enseñarle las verdades importantes de la vida; y presión porque de pronto sentí que se acercaba la línea final, la graduación de la escuela secundaria. Mi tiempo con ella parecía llegar a su final, entonces hice algo que parecía admirable: comencé a tener una conversación semanal con ella. Escogíamos un tema, como amor, miedo, o amistad, leíamos las Escrituras y discutíamos algunas preguntas. Pensé que tendría éxito, pero lo que en un principio eran solo momentos incómodos, pronto se convirtieron en resistencia. A menudo mi hija me daba respuestas de una sola palabra y miradas en blanco. En vez de preguntarle cómo se sentía, seguí adelante esperando que las cosas cambiaran, pero no cambiaron. Pronto dejamos las conversaciones y además de culpable y presionado, me comencé a sentir fracasado.
Mirando atrás, mi error fue uno clásico. Mi idea sonaba bien, pero el corazón de mi hija no es un plan. Ella no es una fórmula que resolver. Después me di cuenta que estaba tratando de abrir su corazón con una palanca y tratando de forzar mi entrada. Estaba reaccionando a mi propia culpa, en vez de entender las necesidades de mi hija. Yo pienso que todos, como padres, luchamos de una forma similar con nuestros hijos, cualquiera sea su edad. Nosotros fácilmente nos volvemos poco atentos con su corazón, perdidos en nuestros propios problemas. O podemos tratar de hacernos camino demandando respuestas y manipulando sentimientos. Ninguna de las dos opciones funciona bien, entonces nos quedamos con un dilema. Todos anhelamos que nuestros hijos sepan que son amados, pero ¿Cómo podemos hacer eso sin conocer sus corazones?
Quizás una buena manera de responder a esto es con una analogía. Imagine que descubre una casa vieja en algún barrio. Intrigado usted va a la puerta delantera pero la encuentra bien cerrada. Las otras puertas y ventanas tampoco se ven abiertas. Usted puede romper una ventana o solo irse. Pero ¿no tiene más sentido golpear gentilmente y ver si alguien está en casa?
Cuando se trata de lidiar con el corazón de nuestros hijos, esta es la postura que debemos tener. Nosotros necesitamos golpear gentilmente y llamarlos. Así es cómo Dios lidia con nosotros. Él nunca forzó Su camino hacia nuestro corazón y ciertamente Él nunca nos ignoró. Las promesas en las Escrituras están llenas de Su atención hacia nosotros. Él siempre está con nosotros y escucha nuestras oraciones; sabe nuestros problemas y nos llama, esperando que nosotros respondamos. La maravilla de caminar con Dios se empieza a sentir cuando sentimos que Él de verdad nos escucha, nos conoce y nos ama. Mientras sentimos que nuestro corazón está atendido por el Padre, podemos atender mejor los corazones de nuestros hijos. Pero ¿qué significa eso prácticamente?
Una forma gentil de tocar al corazón de nuestros hijos es reflejar lo que sentimos por ellos. Tal vez siente que su hijo tiene miedo de ir a una nueva escuela, entonces simplemente refleje eso verbalmente. Dígale que sabe que está temeroso. Esto puede ser confortante para su hijo y puede abrir su corazón. Esto es lo que debí hacer con mi hija. En vez de presionar con las conversaciones fallidas, yo debería haber reflexionado sobre su falta de respuesta y preguntarle cómo se sentía al respecto. Tal vez eso hubiera marcado el comienzo de una conversación significativa. Otra idea es invitarlos a conocer nuestras propias historias. A medida que nuestros hijos han ido creciendo, mi esposa, Heidi, y yo le hemos contado más acerca de nuestras historias, dejándoles saber nuestro pasado y algunos de nuestros problemas. Nosotros no demandamos una respuesta de ellos; nosotros solo queremos dejarles saber que no están solos con sus problemas.
Una tercera manera es permitir que tengan tiempo libre sin agendas y tener su propio espacio. Esto puede pasar cuando un padre lleva a su hijo a cazar o acampar o cuando una madre lleva a su hija de compras o a cenar. Nuestra presencia les muestra nuestra preocupación y ellos se deleitan en esto, lo que puede llevarlos a empezar las conversaciones más increíbles.
Finalmente eso aprendí de mi hija. Un día, le pregunté si quería salir a tomar un café conmigo. Yo sentí que ella pensaba que venía otra conversación planeada, entonces respondí rápidamente, “No tengo nada en particular que decir. Solo quiero conversar”. Y lo hicimos. Desde ese entonces se ha vuelto una tradición para nosotros. Recientemente, mi hija llegó a casa y dijo: “Papá, nosotros necesitamos tomarnos un café juntos”. Estoy ansioso de tener muchas más conversaciones con mi hija.
Bill Delvaux se ha graduado de la Universidad Duke y del Seminario Trinity Evangelical Divinity School. Él trabaja en Landmark Journey Ministries. Bill es casado con Heidi con quien tiene dos hijas.