Por Adelle Gabriels
La crianza eficiente es un plato complicado, una receta siempre cambiante de conocimientos, fe e instintos. En cualquier momento dado se nos requiere imaginar con precisión cuáles ingredientes serán los mejores para satisfacer la necesidad del momento. Tal vez un día encontremos una fórmula que funcione bien, pero, ¿funcionará al día siguiente? No tan bien. Por desgracia, los hijos no llegan con un manual, ni siquiera hay una foto en la caja para darnos una idea de qué hacer y cuándo. Como padres, debemos buscar esa combinación efectiva de recursos porque después de todo estamos criando adultos, no niños.
Trabajo en el mismo campo universitario donde mis hijos van a la escuela. Mis muchachos asisten al cuidado después de las clases durante un tiempo suficiente para hacer sus tareas y ensuciarse bien la ropa. Luego todos nos dirigimos hacia la casa y allí empieza la segunda mitad de mi día de trabajo.
“La verdadera prueba de una crianza modelo es qué tan bien preparado están los hijos para pasar a la vida adulta como miembros vitales de la raza humana”.
Dr. Tim Kimmel
Trabajar cerca de mis hijos es conveniente por muchas razones, aunque trae tanto gozo como pruebas. Por una parte, no es poco común que me acosen por las rodillas y me den una lluvia de besos si estoy cruzando el campus durante el almuerzo o el receso. Por otra parte, si las cosas no van muy bien, yo estoy allí, en el frente de batalla.
Una tarde yo estaba en mi escritorio trabajando cuando mi hijo más pequeño llegó resollando hasta mi silla. Se había pinchado un dedo en el patio. Ya era tarde y no había nadie más en la oficina al frente de la escuela. Pero él no debía escurrirse por el pasillo para ver a “mamá” sin antes avisar al personal de la escuela.
Era claro que el dedo ofendido no estaba fracturado, solo estaba morado. Las lágrimas rodaron por sus sucias mejillas. Yo podría haberlo devuelto al frente para dejar que la secretaria de la escuela lidiara con esto. Podría haberle dicho que cumpliera las reglas. Pero ya era hora de irme y cuando lo vi, me di cuenta que este era un Drama de Mamitis.
Supe que este pinchazo en el dedo era, más que una herida, una excusa para hacer la visita. Apreté con mis manos aquellas manos sucias y lo llevé al lavado para lavárselas y secárselas con un papel toalla. Besé sus mejillas enrojecidas y con esto él se alegró y volvió al campo de juegos. Él tuvo lo que necesitaba y no solo era un papel toalla.
Esta es la esencia de la gracia, encontrar ese balance de amor y disciplina, firme y gentil. Leer entre líneas para ver qué hay por debajo.
“La gracia es lo que más distingue a la fe cristiana, es ese don maravilloso que Dios nos ofrece para personas no merecedoras, como usted y yo, que nos hace enamorarnos del Salvador”.
Dr. Tim Kimmel
Dios nos ha llamado para disciplinar, discipular o enseñar a nuestros hijos, tal y como Jesús enseñó a esos que escogió para andar en sus pasos. La disciplina es mucho más que reglas y consecuencias, es guiar con el ejemplo, amar, cuidar y, lo más importante, dirigir a nuestros hijos para que sigan orientados hacia Dios.
El adagio: “Las reglas sin una relación equivalen a una rebelión”, sustenta una verdad: comprender a nuestros hijos íntimamente, el corazón de ellos —sus deseos y necesidades— nos permite evaluar los motivos más allá de sus acciones y discernir de acuerdo al tipo de disciplina o enseñanza que se requiera.
¿Cuán a menudo yo he venido a mi Abba con una exageración de necesidades? Con mis pequeños melodramas, que en el momento parecen tan grandes, pero que luego resultan ser tan insignificantes? Siempre estoy garabateando notas en una caja que tengo cerca a mi cama, oraciones y peticiones, cada una en su momento oportuno tan doloroso y tan crudo. Pero luego, cuando las leo, veo que la mayoría de mis plegarias no eran largas ni tampoco considerables. Mis propios dramas, fervientes verdades para Él en el momento, siempre se reciben con gracia.
“Si Dios, nuestro Padre celestial, es el Padre perfecto y la forma principal en que Él nos trata a nosotros, los seres humanos, es mediante el poder de Su gracia, es entonces razonable pensar que la gracia forma el mejor patrón para sacar lo mejor de nuestros hijos”.
Dr. Tim Kimmel
Por suerte, tenemos un ejemplo que seguir para la crianza de nuestros hijos: nuestro Padre celestial. Él nunca nos rechaza. Nunca se ríe de nosotros. Él sabe qué proveernos y cuándo proveerlo, medidas iguales de obligación y ruego, nos guía gentilmente a través de pequeños valles y de grandes montañas.
En estos días es común escuchar el gemido “¡Esto no es justo!”, haciendo un eco por los pasillos. Mis hijos varones están en esa edad en que todo y a veces también nosotros, parecemos estar en contra de ellos. Cualquier cosa que se les esté negando, ya sea que prefieran un tipo especial de leche o una oportunidad divertida, estos muchachos luchan hasta la misma médula.
Más tarde, después que la tormenta ha pasado, yo los acaricio y les susurro: “Mis queridos hijos, ustedes declararon de manera enfática que la vida no es justa, ¡y tienen toda la razón!”
Y entonces les recuerdo: nada en este mundo es verdaderamente justo. No es justo que esta noche haya niños hambrientos por dondequiera. No es justo que los criminales estén libres; los justos sufren y por todo el mundo los fuertes oprimen a los débiles. Este mundo es cualquier cosa, excepto justo.
Tampoco es justa la medida diaria de la gracia que con tanta generosidad nos ofrece el amoroso Dios, quien no ve ninguno de nuestros fallos constantes, ya que un sacrificio que tampoco fue justo los ha cubierto de una manera permanente.
Por suerte, la gracia que a diario recibimos también es la gracia para el dador, cuando lo buscamos para que Él nos guíe y nos supla, la inmensurable profundidad de esa gracia nunca se agotará y siempre habrá suficiente para compartirla.
Adelle Gabrielson es una ex-ejecutiva de mercadeo que se convirtió en una mamá de niños. Ella tiene dos varones, uno de 11 y otro de 7, y un cachorro de ochenta libras. El blog de Adelle es acerca de vivir una vida brillante, abundante (incluso mientras uno esté criando a sus hijos).