Por Abbey Medcalf Cooler
Tengo una hija de 4 años que está en la etapa del “¿Por qué?”. Si le pido que se vaya a ponerse la pijama, ella me pregunta, “¿Por qué?” Si le pido que no salte en el sillón, me pregunta, “¿Por qué?” Si le pido que sea amable con su hermana, ella pregunta, “¿Por qué?”
Las inevitables palabras —que juré nunca diría— salen fácilmente de mis labios: “¡Porque yo lo digo!”
Lo admito; me gusta seguir las reglas. Si me dan una regla, yo la sigo, así es también como intento vivir en mi caminar con Dios. Yo leo la Biblia y hago lo que dice porque Él lo dice. Nuestro lema como familia es: “Sé amable con todos los que Dios lleva a tu vida. Tal vez no estás de acuerdo con sus acciones o sus creencias, pero siempre debes ser amable.”
Nosotros queremos que nuestras hijas no solo aprendan y memoricen la Palabra de Dios, sino que también pongan ese conocimiento de la Palabra en práctica. Nuestra familia se esfuerza cada día para vivir nuestro lema en palabras y acciones.
Enseñar la Palabra
Todos los días yo les repito Efesios 2:10 a mis hijas y les digo que son increíbles creaciones de Dios, y que Él tiene grandes planes para sus pequeñas vidas. Les digo que mamá y papá las aman y las amaban, incluso antes de que nacieran. Yo las aliento a que honren sus cuerpos siendo modestas con su ropa, palabras y comportamiento. Les enseño sobre la importancia de mantener la pureza antes del matrimonio, aunque el mundo a su alrededor intente hacerles sentir lo contrario. Basados en Proverbios 16:24, mi esposo, Adam, y yo les enseñamos a ser compasivas y alentadoras con las personas en el mundo. Tal vez tengan amigas que están teniendo problemas en el colegio, un padre sin trabajo, o un hermano discapacitado. Yo las aliento a apoyar a sus amigas en vez de desanimarlas. Nosotros les decimos a nuestras hijas que el segundo gran compromiso que hagan, después del compromiso con Dios, es el matrimonio. Cada mañana durante mi tiempo con Dios, oro por los maridos que tal vez Él esté desarrollando para mis hijas. Y también oro para que Adam y yo les demos un ejemplo honesto y piadoso de un matrimonio bíblico.
Practicar la Palabra
Nuestra iglesia recientemente ayudó a recolectar monedas para apoyar a un centro local para embarazadas. Le pregunté a mi hija mayor si quería donar algunas monedas para ayudar a los bebés y sus madres. Ella tomó su alcancía y sacó todas sus monedas y las puso en un contenedor para hacer su donación. Oro para que mis hijas vean que simples gestos pueden hacer una gran diferencia en la vida de alguien que está pasando por una prueba que le está rompiendo el corazón.
Una amiga recientemente se separó de su esposo. Ella se acercó a mí para que la aconsejara porque me dijo que veía felicidad en mi matrimonio. Durante varios meses, mi amiga vino a cenar a nuestra casa, hicimos asados, y hasta hicimos una fogata. Durante nuestro tiempo juntas, Adam y yo pudimos compartir por qué nuestra relación es tan diferente: Jesús nos ha salvado y está transformando nuestras vidas. Pronto, mi amiga y su esposo retomaron su relación. Lo más importante, es que ambos cambiaron sus vidas al aceptar a Jesús como su Señor y Salvador.
Criar a nuestras hijas a través de una relación con Dios que es real, transparente, y profunda puede ser desafiante. Nosotros no lo hacemos perfectamente, pero lo hacemos con la perspectiva de que queremos que nuestras hijas crezcan y se conviertan en adultas que amen a Dios con toda su mente, corazón y fuerzas. Queremos que nuestras hijas sirvan al Señor con alegría —no solo de palabra, pero con dedicación a otros.
Vive en la zona metropolitana de Atlanta con su esposo y sus dos hijas. Tiene títulos de la Universidad Gardner-Webb y del Seminario Teológico Bautista Southeastern. Es ama de casa y una bloguera activa.
Abbey Medcalf Cooler