Todos hemos pasado por eso: llegas con ganas de conectar después de un día largo y preguntas: “¿Cómo estuvo tu día?”… y recibes el clásico “Bien”. No es que tus hijos no quieran hablar; a veces, simplemente no saben cómo empezar.
Por eso las conversaciones intencionales importan. Esos minutos en el auto, en la mesa o al caminar del colegio a casa son momentos de oro. No solo sirven para hablar de exámenes o el recreo, sino también para moldear el corazón de tus hijos.
Cuando incluimos a Jesús en esos momentos cotidianos, les recordamos que la fe no es solo para los domingos: también pertenece a la clase de ciencias, a la práctica de fútbol y a cada detalle del día a día. Conversaciones centradas en Cristo ayudan a los niños a procesar su jornada desde la verdad de Dios, a crecer en empatía y a profundizar su relación contigo y con Él.
